viernes, 29 de junio de 2012

Game over.



Demasiado calor y mucha humedad
y mis ganas de un todo contigo
He tenido doblez,
una paciencia ilimitada
para hacerte creer,
Para hacértelo.
He sido justa y sensata,
no me subí la falda,
ni me comporté en extremos.

Aire y ventolera
que viene a hacer compaña al dolor.
No pude pedirte nada
y morí.
Con ilusiones exhaustas y vagas,
con cercanías banales.
Pero no  baratas.
Y ahora te has ido.
Uno más en este abismo que me roza
con permiso.
Porque a veces me escuece, me irrita convirtiéndome en acero invisible.
En acero muerto.
Otras se acodoma, pero el que me acuna es él.
Pero al que le duele es a él.
Y el que no se quiere ir sin despedirse bien,
es él.
Y la que vuela, soy yo.

martes, 3 de abril de 2012

Tres euros la botella.

Fue esa manera de presenciarse
la que me empujó a escribir. Presenciarse ante lo nuevo colmándonos de
celebraciones y festejos, anestesiándonos con el calor natural de la compañía.
El nacimiento de estos días brotó dulce y crujiente adquiriendo mayor magnitud
con el paso de los minutos insonoros de algún reloj de la casa. Creando un
volcán de aceite hirviendo de nuestras espaldas y de cocaína producida por comida grasa.
Hubo un momento, manifestándose
con toda la humanidad del mundo, aquella que a pesar del abismo querido seguía
subyaciendo sin pausa por nuestras arterias, músculos, alma. Apareció lo débil,
de forma indómita.
Estábamos sentadas cada uno en
ese punto de la habitación que habíamos bautizado segundos antes como nuestro
aislamiento personal, el lugar idóneo para el distanciamiento mental y la
perseverancia entre conversaciones y aliños de medianoche.
Allí, cada una de ellas me hizo
sentir humana, esto fue debido a que finalizando la fiesta, ya de nosotras solo
se cabía esperar el fallecimiento, cada una de nosotras con el cuerpo inflamado
e insostenibles, tercas como mulas al si quiera imaginar un esfuerzo demasiado
duro. Cada una con sus miedos y gemidos meticulosos y dañinos. Una con el miedo
a estallar y pringarlo todo de sangre, de morir por la excesiva presión
sanguínea, por la dilatación del cuerpo. Otra solo podía apoyarse contra el
suelo dividiendo de forma calculada el peso del cuerpo que debía depositar en
cada una de sus piernas. Otra ya había cerrado los ojos y se movía despacio
entre las arrugas de una cama gigante, titubeante y silenciosa. Mi miedo en ese
preciso instante, era torcerme, la parte izquierda de mi espalda había decidido
independizarse de mí y convertirse en una amalgama de tentáculos y nudos tensos
como cables. Evidentemente si eso seguía creciendo me torcería y tenía una
obsesión rara de ir a partirme en dos en cualquier momento. Digamos que, nos
encontrábamos recogidas en una habitación de la ciudad como Venus afligidas y
magulladas.